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Discúlpeme, patrón

Por: David Henestrosa Carrasco

17 de noviembre de 2014 

 

   En el norte de la república, en un lugar situado cerca de la costa del estado de Sinaloa, de enormes valles fértiles e imponentes montañas, de gente hospitalaria, una tarde, a unos kilómetros del puerto de Topolobampo, un pastor de ovejas que regresaba de su labor con sus animales por esas tierras tan extensas, tuvo una visita inesperada.

 

Una camioneta o “troca” levantaba polvo por el camino, quien conducía la unidad lo hacía de manera rápida, y se dirigió al punto en donde él se encontraba.

 

Argeo, hombre de bien y trabajador se había dedicado  toda su vida al pastoreo de ovejas, única actividad que había conocido en su vida por herencia de su padre, de su abuelo, de su bisabuelo.

 

Plantado en medio de una gran planicie junto a sus ovejas, había detenido su paso para recibir al  imprevisto visitante que iba presuroso a verlo.

 

Conforme se acercaba el carro a Argeo, fue bajando la velocidad hasta hacer alto total.

 

Se abrió una puerta, y bajó un hombre corpulento de sombrero y botas, de facciones finas, y mirada serena.

 

Antes de saludar, el recién llegado miró de pies a cabeza al pastor de ovejas, y le saludó sin darle la mano, solo espetó: “Qué tal amigo, ¿cómo estás?”. 

 

El humilde hombre respondió de manera cordial. Y prosiguió el visitante: - “Me dicen que tu nombre es Argeo, y que te dedicas a pastorear tus animalitos por este rumbo tan alejado de todo, tan lejos pues…” - Sí así es patrón, respondió el pastor -siempre ando por estos rumbos, algunas veces por allá, cerca del cerro grande, y otras por acá, como hoy, todo depende para variar… - Eso me han dicho, respondió el del sombrero y botas vaqueras.

 

Hubo un corto silencio y el del sombrero continuó: -“Mira, amigo, he venido a verte, a buscarte, porque necesito de tus servicios” –“Usted dirá patrón, para qué soy bueno”, respondió el pastor. “Si desea un animalito de estos pues usted dirá cuál desea, le puedo dar buen precio”. A lo que el del sombrero respondió rápidamente: “No, no se trata de eso, quiero de tus servicios pero de otra forma”.

 

Mientras continuaba la conversación Argeo intuía cuál era el servicio que el visitante requería de él, pero eso no le preocupaba. A lo que el hombre de relucientes botas vaqueras, y sombrero caro y fino, y desesperado porque quería terminar la conversación se dirigió a Argeo y le preguntó:

 

“Bueno, amigo, ya para terminar de una vez, ¿tú sabes quién soy?” – el hombre de bien, respondió: “Sí patrón yo sé quién es usted. Bueno, el servicio que yo requiero de ti, es que me informes de todo cuanto esté pasando por acá, quién llega, quién viene, la policía, el ejército, la armada, quien quiera que sea, tú me informes qué ocurre por estos rumbos, te daremos un teléfono, para que te comuniques, y no te preocupes, a cambio de tus servicios te daré una feria (dinero) de manera mensual, por lo pronto traigo veinte mil pesos para que me digas que sí, y aparte ganarás un dinerito mensual de mi parte, para que te la lleves tranquilo, pero eso sí, requiero tu lealtad, y que me informes de cualquier cosa que pase por acá, ¿de acuerdo?”.

 

Argeo el hombre sencillo, humilde que se encontraba parado frente al hombre corpulento, de botas relucientes y sombrero fino, y con una camioneta grande, con rines brillantes plateados, solo se concretó a mirarlo para después encogerse y sentarse sobre sus piernas, en cuclillas, cruzarse de brazos y mirar hacia el horizonte, ahí donde la mirada muere a lo largo del horizonte.

 

El del sobrero quedó sorprendido por la manera en que reaccionó. Y volvió a preguntar, “entonces qué, ¿aceptas?”, negarse a una solicitud de ese tipo no era bueno, sobre todo por tratarse de quien era su intercoluctor, y Argeo, lo entendía muy bien. Y respondió de manera pausada, serena y sin miedo alguno.

 

“Discúlpeme, patrón, me gusta la propuesta que usted me hace, solo que su propuesta me llegó demasiado tarde, si usted hubiera llegado hace un mes, yo le diría que sí, no me negaría porque ese dinero que ahorita me ofrece lo necesitaba mucho".

 

"Se me enfermó mi madrecita, necesitaba atención médica, necesitaba hospitalizarse, y no la pude atender como yo quisiera, y se me murió hace una semana; desde ese día que mi madre murió, para mí la vida ya no tiene sentido...".

 

"Así que, patrón, si usted desea quitarme la vida por decirle que no en este momento, a lo que quiere de mí, hágalo, lejos de molestarme me va a hacer un favor, porque no pasa un día que me duela el corazón porque no pude atender a mi madre como ella merecía”.

 

El de las botas relucientes, el de sombrero caro y fino, el de la troca lujosa con rines plateados y brillantes, y con un arma dorada al cinto,  le miró, guardó silencio por unos minutos, y entendió, y solo agregó:

 

“Está bien, amigo”, se dio media vuelta, se subió a su lujosa camioneta, y se marchó.

 

Argeo quedó en medio de la planicie, en cunclillas, mientras las lágrimas cruzaban por sus mejillas, y el viento, y el polvo borraban a lo lejos al visitante que se perdía en la lejanía.

 

 

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